Mis reversos, cosas de un enero raro

La noche había transcurrido como tantas otras de este tiempo que llaman invierno. Mal. Pero había amanecido un domingo, entre volutas de niebla e incipientes rayos de sol, que pudiera ser propiciatorio para explorar. Pasar las horas y encontrar el gusto por su tránsito. Pensé que, quizás mis rutinas pudieran afianzarse tras unas páginas de periódico, una tosta de aguacate y la pérdida de mis pasos en unos de los espacios que más me emocionan: El Prado.

Mis problemas respiratorios decidieron acompañarme. Somos viejos conocidos, que a duras penas nos soportamos. Unos días más qué otros. Esta mañana decidió ser mi sombra, no siempre silenciosa. Y hacia el transcurso de las horas nos encaminamos. Media sonrisa de la quiosquera. Ruidos de tráfico. Calor de horno y aromas de naranja. Café fuerte. Agua fría. Y limón. Romper el silencio con el paso de las páginas que ennegrecen mis dedos, y que los dejo así, para dar continuidad al placer de la lectura de un periódico en papel.

Cambio de barrio. Más ruidos de tráfico. Más intensos. Música de bailes clásicos. Y el sol campando a sus anchas por todos los cielos a los que miro. Primeras fotos. No salen como a mi ojo le gustaría. Ya se borrarán. Y ahí está él. Sus yos. Majestuoso por su traza, y su alzado, pero único por lo que albergan sus infinitas salas, pasillos, escaleras. Enseño mi carné de Amiga. Cómo no serlo. De las de para toda la vida. La que me ha dado cada vez que he atravesado sus diversas puertas. Hace ya tantos años de la primera vez. Siempre me haces sonreír.

Quiero ir liviana. Sólo con el alma abierta. Y ahí estoy, adentrándome en su última exposición temporal. Reversos. Parte opuesta al frente de una cosa. ¿seguro?, aquí quizás sí. Afuera, en las calles que dejé bulliciosas, los reversos son más que el envés de estas bellezas pictóricas. Reversión, sustantivo como en cambio radical. Coincidencias más fuertes. Anulación cancelación derogación cambio giro giro giro en U. ¿Sabremos dejar de girar?

Avanzo. Poso mi mirar en los autorretratos del artista tras el lienzo, en aquellos trampantojos, en la soledad de los bastidores, en las traseras de cuadros que albergan pensamientos, cartas, sellos, frases de historias, miedo, esperanzas, injusticias. Transitar. Sobrevivir.

Observo como observa el pintor su lienzo en blanco. O cómo me mira tras su pincel. Cómo hay obras en las que se ha claudicado y han dejado de ser, para dar paso a otras. Unas serán la cara b, otras serán la cara a. Me encuentro con esos ojos de Francisco de Goya, Vincent van Gogh, Ignacio Pinazo y José Villegas. Con Bernard van Orley, que muestra el trampantojo del reverso de su Sagrada Familia. Y admiro, con media sonrisa, el cuadro a doble cara de Martin van Meytens, Monja arrodillada (anverso y reverso). Giro y giro. Me obligo a dar vueltas ante la belleza. Y no es figurado. Es real. Voltear las obras, pervirtiendo así su frontalidad convencional, y al obligarme a rodearlas.

Estas traseras también alojan oscurantismo. Ignominia. Contemplo la obra de Salomon Koninck, Un filósofo (reverso), con un obituario de prensa y señas de su inclusión en la famosa Stafford Gallery de Londres, o de su posterior pertenencia a un marchante judío cuya colección fue confiscada por los nazis. Imagino sus viajes. Y la pena de los que lo perdieron. Y percibo que también hay obviedades. Polvo. El polvo de los días, y el generado por las sociedades sin sensibilidad. Por ello Miguel Ángel Blanco pone firma artística a la muestra con tres obras que transmutan ese polvo, recordando que cuando el Museo del Prado descolgó la copia de la gigantesca Transfiguración de Rafael, recogió el acumulado durante décadas de oscuridad en sus travesaños para convertirlo, haciendo eco al asunto de esta pintura, en luz.

Sigo mi periplo vital fuera de Reversos. Salgo a este enero raro. Y regreso de nuevo a esa porquería acumulada que no sabemos convertir en luz.


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