
“¡Buenos días, Vietnam!” Así nos saludaba un jefe imitando a la dramática película homónima, protagonizada por Robin Williams. Todos hemos conocido a personas extraordinarias en el ámbito laboral que nos han inspirado, marcado y dejado huella. ¿Qué atributos poseen que los distingue del resto? ¿Tienen características comunes? Es propio que un ingeniero, por la (de)formación recibida, ose sintetizar la diversidad y genialidad del ser humano. Vamos a intentarlo.
La primera cualidad es, sin duda, su inteligencia. Sabemos que la inteligencia no es monolítica -según el psicólogo Howard Gardner hay inteligencias múltiples- pero observamos que son personas que resuelven, con aparente facilidad, nuevos problemas con soluciones imaginativas, creativas. Es muy difícil para un simple mortal como yo ponerse en la piel de estas personas extraordinarias. Me los imagino como avezados motoristas, adelantando con rapidez a los coches (nosotros) por la ciudad, regateando y atajando en el lento, denso y aburrido tráfico laboral.
Lo anterior nos conduce a la segunda cualidad, su curiosidad e imaginación. Son personas a las que les gusta descubrir y transitar nuevos caminos y no se amedrentan fácilmente. Un buen ejemplo es el extraordinario inventor Thomas Edison y su celebérrima frase: «no fracasé, sólo descubrí mil maneras de cómo no hacer una bombilla«.

Se divierten en sus trabajos porque, en el fondo, les apasionan sus obligaciones laborales. Pasión y obligación, qué contradicción más grande. Alguna vez hemos escuchado a profesionales hablar con cariño y predilección de sus productos. Irradian energía, como cuando Steve Jobs se subía al escenario para presentar los nuevos dispositivos de Apple.
Las personas extraordinarias tienen además una actitud humilde, no se dejan llevar por la soberbia ni altivez a pesar de saberse mejores que el resto. Son conscientes del “sólo sé que nada sé” de Sócrates. Se permiten dudar, reconocen sus limitaciones y saben que casi todo está todavía por descubrir.
Su generosidad es un signo distintivo que los hace aún más excepcionales. Dedicar tiempo a sus compañeros de trabajo, ayudarles y tratar por igual al becario que al CEO de la empresa. Tienen una actitud optimista ante la vida y sus congéneres.
Son personas con mucha sensibilidad. Algunos lo canalizan mediante un sentido del humor muy desarrollado, otros por un afecto especial hacia la literatura, artes, filosofía, etc. Es decir, gozan con la belleza como haría Stendhal.
Y a todo lo anterior se suma la lealtad, sobre todo a los amigos que ha ido tejiendo a lo largo de su vida. Porque el título de extraordinario no se lo otorga la propia persona, se lo regalamos los demás con admiración.
Pero por encima de todo, el citado Howard Gardner, en una entrevista ofrecida en abril de 2016, nos recuerda la necesidad de valores:

En realidad, las malas personas no puedan ser profesionales excelentes. No llegan a serlo nunca. Tal vez tengan pericia técnica, pero no son excelentes.(…) no alcanzas la excelencia si no vas más allá de satisfacer tu ego, tu ambición o tu avaricia. Si no te comprometes, por tanto, con objetivos que van más allá de tus necesidades para servir las de todos. Y eso exige ética.


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