En mi hambre mando yo: Todos somos Madariaga

¡Cuántas veces el ser humano reivindica su libertad! Incluso en el infortunio, la dignidad asoma cuando es lo único que te queda.

El diplomático y escritor Salvador de Madariaga (La Coruña 1886, Locarno 1978) escribió en 1931 el ensayo titulado “España”, en el que se recoge esta maravillosa anécdota:

Sitúense. Andalucía en días de latifundios y república. Cercanos los comicios uno entre tantos caciques congrega a sus braceros y les insta a decantarse por un determinado candidato, a cuyo efecto reparte monedas para todos. Uno de ellos rechaza el oprobio y, arrojando las monedas al aire, sentencia: “en mi hambre mando yo»

Una frase, real o figurada, que entona un cántico a la libertad y dignidad. Dos conceptos inseparables, pues no habrá libertad sin dignidad ni dignidad sin libertad.

Repasando la biografía de Madariaga te das cuenta del calado y polivalencia de su vida. Su padre, militar, le envío a París a estudiar Ingeniería de Minas graduándose en 1911.​ Durante esa etapa sintió que su vocación se inclinaba hacia los estudios literarios, pero la presión paterna hizo que acabase la carrera. Después trabajó como ingeniero en España, se carteaba con Miguel de Unamuno e, incluso, escribió para el suplemento literario del Times. En 1921 consiguió un puesto permanente en la Sociedad de Naciones y, tras 7 años, lo abandonó para ser profesor de lengua española en la Universidad de Oxford.

Durante la II República fue ministro y embajador en Washington y París. El inicio de la Guerra Civil le sorprendió en Toledo,​ tras lo cual se exiliaría en el Reino Unido. Ese año fue nominado al Premio Nobel de la Paz. Fue un anglófilo y considerado uno de los precursores de la idea de Europa. Durante la Guerra Fría fue activo militante contra el comunismo soviético, así como opositor de la dictadura franquista. Madariaga fue un hombre ecuánime que vivió una época de extremos. Me recuerda al periodista sevillano Manuel Chaves Nogales, visión lúcida y equilibrada, viajado, de brillante pluma y con el mismo infausto destino de exilio. Ambos poco reconocidos, no es España lugar propicio para honrar y recordar a este tipo de personas.

En 1947 participó en la reunión de Mont Pèlerin (Suiza) junto a ilustres economistas liberales como Milton Friedman, Ludwig von Mises o Karl Popper, entre otros. De esta reunión surgiría la Sociedad Mont Pelerin, que actualmente sigue defendiendo el liberalismo económico y social. En 1952 fue nominado al Premio Nobel de Literatura y, de nuevo, al de la Paz.

Tras la muerte de Franco volvió a España, asumiendo formalmente su sillón en la RAE con el discurso titulado “De la belleza en la ciencia”, leído el 2 de mayo de 1976. Había sido elegido 40 años antes, en mayo de 1936. Su discurso comienza «Señores académicos, pues claro que la tuve: la tentación de comenzar este discurso con un resonante Decíamos ayer… Pues claro que la tuve.»

Para concluir este post, que espero sirva como reconocimiento a la figura del
ilustre D. Salvador de Madariaga y Rojo, recojo parte de su discurso en la RAE.

Tuvo una vida en la que buscó incansablemente la belleza de lo humano.

In ilio tempore, acercándome a los 20 años, venía descubriendo a la vez la gran música europea y la gran matemática europea. Ahora bien, ocurría que dos de mis profesores de matemáticas eran geniales: Henry Poincaré y Henry Becquerel; pero como profesores eran tan ineptos como lo hubiera sido Cristóbal Colón de profesor de geografía; en cambio, había en la Escuela Politécnica de París un profesor auxiliar que se llamaba Humbert, y que, dotado por la naturaleza de un asombroso don de exposición, hacía nuestras delicias con sus lecciones de Análisis Algebraico.

Y este es mi primer encuentro con la divina realidad: que pronto me puse a comparar mi goce al oír a Humbert por la mañana y mi goce al oír Bach o Beethoven por la noche, goces, me decía con asombro, que eran de idéntica índole.

Entiéndase en cuanto al efecto producido sobre el ánimo, porque la emoción estética pura seguida de su luminosa estela de gratitud era la misma; mientras que, al remontamos a la sustancia creadora que uno y otro banquete nos ofrecían, forzoso era distinguir entre creadores como Bach o Beethoven y meros descubridores como Euler o Bernoulli. Es decir, que éstos se limitaban a destapar la caja de las maravillas; mientras que aquéllos no sólo descubrían armonías que de tácitas pasaban a expresas, sino que creaban obras nuevas que no estaban programadas en la Creación.»

Además don Salvador era didáctico y con sentido del humor, como cuando precisó que «Honradez y honestidad se distinguen fácilmente. La honradez es cuestión de cintura para arriba y la honestidad de cintura para abajo».

Pero sobre todo nos enseña en tiempos políticamente convulsos y donde el necio radicalismo se instala en los necios, que es posible mantener la cabeza alta en la tempestad, pues se definía como:

«Soy liberal porque creo que lo primero es la libertad. Soy socialista porque creo que hay que velar siempre por que las libertades individuales no se ciernan en contra del bien común. Soy conservador porque estimo que sin un mínimo de orden no puede haber ni libertad ni justicia […] Ni izquierda ni derecha. […] Así que mi barca no se desvía ni a un lado ni a otro. Sigue la proa. Y la proa está en medio, y por eso es lo primero que hiende las aguas del porvenir».


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